Capitán del Espacio cumple 60 años: la historia del alfajor legendario y el hermetismo de sus dueños
Un hombre de 35 años, nacido y criado en Quilmes, prefiere resguardar su nombre y priorizar sus recuerdos. Remarca que las mejores historias de su infancia transcurrieron en la casa de sus abuelos, en donde cada tarde merendaba un alfajor Capitán del Espacio.
Entendió tiempo después aquel arraigo. El sentido de pertenencia de aquel ritual fue motivo suficiente para buscar escribir un libro y relatar la historia del alfajor. Sin embargo éste hombre, al igual que quien redacta esta nota, chocó contra el hermetismo que rodea a una empresa que el próximo 2 de febrero cumplirá 60 años.
A la mítica golosina la abraza desde siempre un acto de evangelización por parte de sus fieles. La frase más repetida de quienes nacieron en el sur de la Provincia de Buenos Aires reza: “¿En serio nunca probaste el Capitán del Espacio? Te voy a comprar uno y vas a ver lo que es”.
“Un 2 de febrero de 1962 comienza la historia del Capitán del Espacio”, se lee en el sitio web de la compañía. Una idea de Ángel de Pascalis, por aquellos tiempos empleado de un reconocido frigorífico, que a los 37 años se agotó de trabajar en relación de dependencia.
Ahorró algunos pesos y buscó un socio. Pensó en Arturo Amado, su amigo y vecino de Quilmes, a quien no le llevó demasiado tiempo comprender una fábrica de alfajores sería la mejor apuesta para el futuro de ambos.
La instalaron en Ezpeleta, aunque al año decidieron mudarla a otra construcción más grande, ubicada en la calle Luis María Campos de Bernal Oeste.
“En esa época el trabajo era mayormente artesanal, donde con empeño, dedicación y muchas horas de trabajo se produjeron los alfajores Capitán del Espacio por 10 años”, cuentan desde la empresa.
En 1972, 10 años después de la inauguración, trasladaron la poca maquinaria que tenían a otra fábrica, situada en la calle Gran Canaria, en Quilmes. Allí permanecen.
El inicio del mito indica que De Pascalis
De Pascalis y Amado mantuvieron su vínculo durante algunos años más hasta que decidieron separarse: el primero compró la parte del segundo y quedó al frente de la empresa en soledad. “A pesar de que la tecnología y las maquinarias de elaboración fueron evolucionando, el esfuerzo de Ángel, fue respetar el gusto de sus consumidores”, explican.
Tal era el interés por elaborar un producto distinto que De Pascalis probó un sinfín de alfajores ajenos antes de su primera producción. Buscaba inspirarse con las virtudes y los defectos de quienes más tarde serían sus competidores.
Con su producto en la calle, al hombre aún lo obsesionaba que el sabor sea inalterable y que la calidad jamás se vea modificada. Hoy, los alfajores se exhiben en tres variedades de 40 gramos (chocolate, blanco y fruta) y el triple de 80 gramos.
En agosto de 2012, 50 años después de su creación perfecta, las autoridades de la empresa confirmaron el fallecimiento de De Pascalis. “Hoy se trabaja para continuar su obra y su sueño”, manifiestan.